El Goce Femenino en relación al amor

Carteles

Por: Andrea Robles P.

Para una mujer,  la amenaza de castración no cumple la función que se da en los hombres, y es por esto que pueden ir más lejos que ellos en los caminos de la devoción del amor. En este ir más lejos, más allá del significante, se ubica el goce femenino, aquel del que no se puede decir, y al que es empujado el  sujeto por otro en el enamoramiento.

En la vía del amor, una mujer en posición femenina siempre avanza más lejos en el “dar todo al otro amado” (Laurent, 1999, pag. 85), ser todo para él, incluso aceptar ciertas cosas en nombre del amor. “Darlo todo para ser todo”. Para Lacan (2011), esta demanda infinita de amor nos remite a la no relación sexual y al hecho de que su goce suplementario la sobrepasa.

En estas exigencias se esconde el superyó como nombre de goce; si el superyó es peligroso no es porque prohíba, sino que empuja a gozar (Laurent, 1999).

Esta demanda infinita será formalizada por Lacan con el término de estrago. Para Isabelle Durand (2008) “El estrago es lo sin límite del síntoma”, y encuentra su raíz en el periodo preedipico, en una relación violenta y pasional con la madre (Lacan, 2001)

En relación a este sin límites del goce femenino, cabe recalcar que no es algo que se da de forma permanente y estable, sino que son momentos puntuales en los que el sujeto logra liberarse del anclaje fálico, en otras palabras, el sujeto está en este ir y venir.  Entonces, ¿en qué punto una mujer es llevada a esta dimensión de lo que no tiene límites? Bien, cuando el sujeto se da cuenta de que ya no es nada para el otro, puede llegar a sacrificar lo más precioso que tiene para agujerear al Otro, un ejemplo de esto es Medea, quien mata a sus hijos para vengarse de Jasón (Durand, 2008), se venga de este hombre por el que se siente traicionada. Por otro lado,  una mujer también puede  estar en esta dimensión cuando se choca con este silencio como respuesta a su demanda de la palabra de amor, en su pregunta ¿para qué me quiere?; ésta es empujada fuera de sí, volviéndose Otra para ella misma. Es decir, este otro va a servir de relevo para que ella se ubique en la “zona apasionada” lo que Lacan llama la forma erotomaníaca del amor femenino (Laurent, 1999).

Una de las formas del estrago son casos en donde una mujer ha podido consentir el fantasma del hombre en posiciones subjetivas en donde el dolor y la humillación están unidos. Lacan dice en televisión (1993): “No hay límites a las concesiones que cada una hace para un hombre: de su cuerpo, de su alma, de sus bienes. Es darlo todo, para serlo todo”.

La demanda de amor no pide nada en concreto, pero tiene que ser un signo de amor, una prueba. El miedo a perder este amor es equivalente en las mujeres a la angustia de castración en los hombres, y empuja a una demanda insaciable (Durand, 2008).

La verdadera mujer es esta que al sentir su ser traicionado, se vale de todos sus medios para hacer sufrir a este otro que ha dejado caer su amor, hacerlo sufrir, sin piedad y sin uso de razón, llevada por este goce que la sobrepasa, por este sin límites del estrago.

Para Lacan, lo que se pone en juego en la posición femenina no es tanto el tener o no el órgano fálico, sino el ser. Ser en vez de tener es la metáfora fálica de la mujer, uno de los caminos de la solución femenina.

Se puede decir que, la verdadera posición femenina es la que asume la castración y que sabe hacer con el menos. Consiente al agujero, en no querer colmarlo  e incluso encarnarlo (Durand, 2008).

Bibliografía

Durand, I. (2008). El Superyó, femenino. Buenos Aires: TRES HACHES.

Lacan, J. (1993). Televisión, Psicoanalisis, Radiofonía y Televisión. España: Anagrama.

Lacan, J. (2001). El Atolondradicho. Buenos Aires: Paidos.

Laurent, E. (1999). Posiciones femeninas del ser. Buenos Aires: TRES HACHES.

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