Feminidad: mil y Un maneras de gozar

Por: Gabriela Febres-Cordero

«¡Y sin embargo, no es mi muerte lo que me asombra, sino que mi cuerpo, después de la ruptura, siga deseándote!”
Tomado de Las mil y una noches: Historia de Amina, la segunda joven.

Los relatos que conforman Las Mil y Una Noches surgen a raíz de que Una mujer decide no tener el mismo fin de sus antecesoras; éstos comienzan con la historia de Scherezade. Ella se ofrece como esposa del rey, sabiendo que éste, al haber sido engañado por su esposa (y al enterarse que su hermano el sultán también fue traicionado por la suya) se ha propuesto desposar y asesinar a todas las mujeres vírgenes que encuentre. La tarea de encontrar a las futuras esposas del rey es encomendada al visir, padre de Scherezade. Ella se ofrece como esposa al sultán, aún ante la prohibición de su padre. Desde la primera noche, la noche en que debía morir, ella comienza a desplegar una serie de historias. Logra inventarse y desplegar aquello que la hace Una, irrumpiendo de algún modo en el esquema del rey de “todas las mujeres son infieles” y dando paso más bien a un postulado psicoanalítico: no hay una mujer igual a otra.

Todo neurótico habita el terreno del goce y el que va más allá del goce, pues da cuenta de que la falta está articulada a la subjetividad. Los matemas de la sexuación que Lacan presentó explican esta dinámica. El lado izquierdo, donde se encuentra el Todo, es un conjunto cerrado y que tiene como principal referente el Padre. El lado No-todo, no tiene referente y por eso es ilimitado. A la posición femenina Lacan la llama No-toda y en tanto lugar es posible que hombres y mujeres se sitúen en él. Se caracteriza por el vacío, lo ilimitado y la ausencia de referente. Cabe precisar que el vacío no es la falta sino que da cuenta de que no tiene límites y al hablar de que es ilimitado quiere decir que no existe en él referente alguno. No existe La mujer, tal como sí existe referente en el lado Todo: el Padre. El referente que se sitúa del lado Todo hace existir un límite, da al neurótico cierta tranquilidad respecto a lo que le acontece, por esto ubicamos aquí al Padre, como figura de referencia que el neurótico se inventa y a quien en ocasiones le confiere la razón de sus desgracias. No podemos decir La mujer, pero podemos decir Una mujer. En el análisis de lo que se trata es de que cada una llegue a estructurar su propia manera de mujer.


En tanto lo femenino es un lugar, también hay un modo femenino de gozar. Este es llamado por Lacan el Otro goce S(A/) el cual da cuenta del vacío, de la falta de significante; concierne por lo tanto a un lugar del que nada puede decirse. Hay entonces dos lugares desde los que una mujerpuede gozar: el goce fálico y el goce femenino, este último sobrepasa toda regulación, escapa a las palabras y por lo tanto puede tornarse peligroso.

Miller retoma a Lacan al establecer que “no hay límites en las concesiones que una mujer puede hacer por un hombre… cada una es capaz de ir hacia el no tener, y es capaz de realizarse como mujer en el no tener.”1 Cuando se ha cedido demasiado comienza a aparecer la cara mortífera del goce femenino, dada su falta de referente propia de esta posición. A pesar de que Lacan establece que tanto hombres como mujeres pueden ubicarse del lado del Otro goce, no es lo mismo para los dos. Aquello que no puede decirse se siente en el cuerpo, por lo tanto el goce femenino, más allá del falo, es un goce del cuerpo. Las mujeres, al encarnar el vacío en su propio cuerpo, están más relacionadas con ese Otro goce. Más que verbalizarlo, gozar de un vacío se siente. Y existen diferencias significativas entre determinar qué hay cuando existe un límite y saberlo cuando no existe límite alguno.

Se trata entonces del trabajo con un real que dice respecto al cuerpo, sobre el goce del cuerpo. Leda Guimaraes (2014) establece que el goce femenino remite al goce pulsional ya que no puede ser significado por la función fálica. No se encuentra delimitado en una zona erógena específica y tampoco puede ser alcanzado por la palabra. Lo ubica específicamente con “un fin pasivo de la satisfacción pulsional y, en esta medida, con una tendencia a lo femenino puesto que desde aquella posición hay un uso de la posición de objeto.”

La mujer femenina tiene, debe identificarse ella toda al falo como objeto causa de deseo, y el falo, que es razón de lo femenino, está en el padre. En cambio la histérica se identifica imaginariamente al padre, apunta a ser viril como él. El padre es un referente, un modelo, en cambio del lado de la feminidad se pone en juego la propia invención para hacerse falo. Esto implica inventarse ahí donde existe la nada, y se presenta un cierto desconocimiento en tanto sí misma pues implica existir en tanto Otra. Ser femenina es habitar el terreno No-todo fálico pero sin abandonar el referente fálico. Es dar lugar al vacío que habita en el cuerpo, aquella pregunta que no tiene respuesta inmediata pero que cuando ese no saber de lo femenino se transmite en el propio cuerpo puede llegar a encantar en su singularidad, dando pie a aquello que la hace Una mujer.

Bibliografía
Freud, Sigmund: «Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia sexual anatómica» (1925), en Obras Completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1993.
Guimarães, Lêda, “Goces de la mujer. De la devastación a la vivificación”, Brasil, KBR, 2014.
Miller, Jacques Alain, «De mujeres y semblantes», Buenos Aires, El Pasador, 1993.
Miller, Jacques Alain, “De la naturaleza de los semblantes”, Buenos Aires, Paidós, 2002. Cap. XI y XII.
Miller, Jacques Alain, “Conferencias Porteñas. Tomo 2”, Buenos Aires, Paidós, 2011.
Miller, Jacques Alain, “Los divinos detalles”, Buenos Aires, Paidós, 2010
Miller, Jacques Alain, “Sutilezas analíticas”, Buenos Aires, Paidós, 2011
Lacan, Jacques, “La significación del falo” (1958) en Escritos II, Buenos Aires, Siglo XXI, 1998.
Lacan, J. en “Televisión” (1973). Texto obtenido en PDF.
Lacan, Jacques, El Seminario: Libro 20, Aún, Buenos Aires, Paidós, 1998.
Laurent, Eric, “Posiciones femeninas del ser”, Buenos Aires, Tres Haches, 1999.
Laurent, Eric, “El goce sin rostro”, Buenos Aires, Tres Haches, 2010.

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