N° 9 – septiembre 22, 2022.
Este es el último número de Puntuaciones, boletín preparatorio a las III Jornadas La Escuela y la formación del analista. Y a la vez es una introducción al seminario con Alejandro Reinoso en las Jornadas. En sus palabras, este escrito “es una suerte de aperitivo freudiano para el trabajo que haremos el sábado”.
Aprovechemos esta lectura que abre un tema del que no hay un saber acabado, no hay la formación del analista, hay formaciones que tienen más que ver con el inconsciente. El pase nos enseña algo nuevo cada vez.
La formación en Freud
Alejandro Reinoso
Agradezco a Ana Ricaurte la invitación a escribir unas breves notas en Puntuaciones con motivo de la preparación de las Jornadas de la Sección Guayaquil de la NELcf en el mes de septiembre. Ella me ha indicado el recorrido, las reflexiones y preguntas de la Sección, en sus reuniones de los viernes, en torno a El banquete de los analistas de Jacques-Alain Miller. Felicito este estudio e itinerario preparatorio a una Jornada que apunta como foco de trabajo a la formación del analista y la Escuela.
La formación del analista dista en modo neto de la llamada formación de personas (educación) y de la formación espiritual (religiosa), las cuales se orientan en general por el ideal y una cierta norma social. En ambos casos se trata de dar forma y/o de poner en forma al sujeto, un tratamiento imposible del goce. La formación del analista es dicha siempre en singular y tiene diversas vertientes en nuestra orientación.
Partamos por Freud. El significante formación es profundamente freudiano: formación del sueño, formación de compromiso, formaciones delirantes, formación del carácter, formación reactiva, formación sustitutiva, formación del ideal, formación del yo y del superyó, formación del síntoma, formación de la neurosis y formación del Edipo.
No obstante, para referirse a la formación del analista habla inicialmente de “la formación del médico (Arzt)”, evitando y rehuyendo escribir tan directamente sobre lo que el analista hace y cómo transcurre un análisis, es decir, aquello que denominaría la técnica; haciendo circular los textos respectivos en modo restringido entre analistas. En efecto, los trabajos sobre la técnica son esencialmente desarrollados entre 1911 y 1915, y publicados después de diversas postergaciones y anuncios incumplidos; después de ello hay referencias precisas en el caso del Hombre de los Lobos (1918), en el Congreso de Budapest (1919) y una revisión sobre la interpretación de sueños en 1923. Esta renuencia a dar cuenta al público no analítico sobre el análisis tenía, al parecer, una doble perspectiva: evitar mostrar pistas a los pacientes sobre en qué consiste un análisis y a la vez evitar cristalizar elementos monolíticos en los neo practicantes, en efecto, “era escéptico en cuanto al valor que pudiera tener para los principiantes lo que cabría titular ‹‹elementos auxiliares para jóvenes analistas››[1]. Freud previniendo sobre lo que hoy llamaríamos manualización y una lógica del universal, señala en Sobre la iniciación del tratamiento: “la extraordinaria diversidad de las constelaciones psíquicas intervinientes, la plasticidad de todos los procesos anímicos y la riqueza de los factores determinantes se oponen, por cierto, a una mecanización de la técnica”[2]. Entre estos factores incluye también la personalidad o carácter del analista.
Asimismo, en esa segunda década del siglo XX, paulatinamente sostiene que el psicoanálisis no es privativo del mundo médico ni de su formación, de la cual marca su primera distancia a partir de la Introducción al libro del pastor y educador Oskar Pfister Die Psychanalysche Methode (1913), amigo íntimo de Freud por más de treinta años; uno de los primeros no médicos en ejercer el psicoanálisis. Dice Freud: “el ejercicio del psicoanálisis exige mucho menos una instrucción médica que una preparación psicológica y una libre visión humana; por lo demás, la mayoría de los médicos no están capacitados para el ejercicio del psicoanálisis y han fracasado por completo en la apreciación de este procedimiento terapéutico”[3].
Más tardíamente dejará de hablar definitivamente del médico y hablará del “Analytiker (el analista)”. Cierro con dos puntos que me parecen cruciales sobre el analista en Análisis terminable e interminable (1937): 1) no hay analista ideal ni analista normal aunque exista presión social para que así lo sea: “es indiscutible que los psicoanalistas no han alcanzado por entero en su propia personalidad la medida de normalidad psíquica”[4]; ii) un impasse estructural en la relación con el poder que requiere abordaje pues incide en tres aspectos claves de la posición analizante: el consentimiento, la implicación subjetiva y la rectificación; dice Freud: “parece, pues, que numerosos analistas han aprendido a aplicar unos mecanismos de defensa que les permiten desviar de la persona propia ciertas consecuencias y exigencias del análisis, probablemente dirigiéndolas a otros, de suerte que ellos mismos siguen siendo como son y pueden sustraerse del influjo crítico y rectificador de aquel”.
En este recorrido, cuando se refiere a la formación del analista no hay pista alguna al lugar de la institución analítica en la dimensión analítica de una formación.
[Continuará …]
Puede acceder a números anteriores de Puntuaciones en el blog de NELcf Guayaquil https://nelguayaquil.org/2022/07/16/boletin-puntuaciones-1/
Coordinadora de Puntuaciones:
Ana Ricaurte