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¿Hache, la intoxicación o la identificación con el desecho?

Por: Francisco Maquilón Herrera

Hemos manifestado la inequívoca tendencia a hacer a un lado la muerte, a eliminarla de la vida. Hemos intentado matarla con el silencio. (Freud, 1915)

En la clínica de las toxicomanías, es habitual hacer referencia a su composición química y la reacción que ocasionan las sustancias en el cuerpo. Con la hache, una de las drogas con más publicaciones y menor tolerancia social, ocurre algo importante. Actualmente, los grupos políticos hablan de ella en sus campañas, en las cuales indican crear nuevos centros de rehabilitación que frenen el consumo. Muchos periódicos del Ecuador la llaman la nueva bestia, puesto que acecha a la juventud del país.

Es normal que se haga mención a la hache, cocaína y marihuana de modo indistinto. Reportajes de varios periódicos, ciertas investigaciones por parte del CONSEP y posterior por la SETEC, exploraron este terreno; estableciendo diferencias en base a su composición química.

La hache nació concretamente en la penitenciaria de Guayaquil. En el 2002, los traficantes empezaron a vender hache en las calles, pero es finalmente en el 2011 que hace su aparición masiva; posterior en el 2014 las autoridades reforzaron la vigilancia dentro y fuera de las unidades educativas. Se elabora en base a los residuos de heroína, mezclada con uno o varios de los siguientes componentes: cafeína, diltiazem, kerosén, racumín, tiza, vidrio molido y heces de animales. Esta sustancia puede ser fumada, inhalada o inyectada.
En distintas comunidades de nuestra ciudad, se llama hache a la peor calidad de consumo potencial: al desperdicio.

El inicio del consumo de hache en el Ecuador sigue la lógica de la expansión del discurso capitalista. Podríamos pensar la incidencia con el cambio de política económica en el año 2007, en ese momento el país dejó de ser rentable para los productos fabricados en el extranjero y los insumos importados se volvieron una especie de extinción; posterior llegó la hache a los barrios más pobres del país. La venta de esta sustancia se convirtió en un medio de vida en sectores marginales. Hoy el vendedor de hache es un vecino más. Hay familias enteras que viven de eso. Se vende en casas, almacenes y colegios.

Al momento de la ingesta, nadie sabe lo que consume exactamente. La hache, es un polvo entre blanco hueso y café, su color dependerá de las sustancias con que se acompañe. La pueden fumar mezclada con marihuana, a lo cual se conoce como mariachi o dormilón; en pipas manufacturadas con casi cualquier material de la vida cotidiana (plumas, tapas de bebidas), pipas que muchas veces ocasionan quemaduras en labios o manos.

Los efectos en el cuerpo son insoslayables. Toma un instante en afectar el SNC, produciendo un breve efecto de euforia. Dependiendo de la cantidad y la regularidad del consumo, durante el periodo de intoxicación se suelen presentar trastornos sensoperceptivos e ideación paranoide, independiente de la estructura subjetiva.

El consumo sostenido en el tiempo produce graves síntomas físicos. Además de los temblores, la hipotonía y las estereotipas neuromusculares que se dan durante la intoxicación aguda, suele producir dolores abdominales, mareos, vómitos, taquicardia, hipertensión y problemas respiratorios.

La experiencia nos enseña que la mayoría de las personas que consultan por esta problemática lo hacen en instituciones públicas, y suelen llegar con un grado de deterioro tan importante que la mayoría de las veces requiere internación, por el riesgo en que se encuentra su vida y por la dificultad para sostener cualquier otro tipo de dispositivo de tratamiento.

Desde el psicoanálisis podríamos sostenernos desde el aporte del psicoanalista Hugo Freda los que trabajamos con toxicómanos recibimos la muerte con los pacientes, y tratamos de hacer de la muerte poesía. (1998) La hache es la droga de hipermodernidad, se consume todo, hasta el des-echo.

Cada día más hombres y mujeres eligen la dependencia de un objeto a condición de no preguntarse por su subjetividad. La satisfacción con el objeto-droga hace que prescindan de cualquier relación posible con una pareja de carne y hueso.

La intoxicación es uno de los métodos más eficaces contra el mayor sufrimiento del ser humano: la relación con el Otro y los otros. En el texto El malestar en la cultura, Freud le da al tóxico, el lugar de remedio.

En las adicciones observamos una práctica no discursiva que imposibilita al sujeto servirse de la palabra. La intoxicación no requiere del recurso de la palabra. Aunque el sujeto hable mucho de la droga, lo hace en una perspectiva informativa y no simbolizada. Desde la ética del psicoanálisis, debemos hacer pasar al sujeto de las adicciones a las dicciones. El tóxico es un objeto que actúa sin hablar, es un transformador de la satisfacción autoerótica. El sujeto al intoxicarse rechaza saber acerca de su sexualidad, de la dimensión de imposible que se juega entre los sexos

Podemos escuchar que muchos pacientes traen sus aventuras con la droga, la cantidad utilizada, los tipos de sustancias que han consumido, su iniciación en el consumo, pero poco hablan sobre sí: el sujeto se encuentra mudo. El toxicómano encuentra una manera de mantener a distancia el desencuentro de la no relación sexual: no hablar para permanecer en esa satisfacción, la del consumo.

El pharmakon hace que se excluya de cualquier relación posible con una pareja, pues el consumo del tóxico promueve el adormecimiento del sujeto ante lo real, “[…] la droga suele cumplir esta función de proveer al sujeto de un dormir sin sueño” (Bassols, 2011), es decir dormir en la realidad.

En la intoxicación con la hache el sujeto no requiere hablar, hablar tampoco es garantía de nada pero “[…] aleja de la muerte al menos por un tiempo, como lo sabía Sherezade quien hablaba para no morir” (Tarrab, 1998). La única oportunidad que se tiene es que el hacer hablar pase al decir: se puede hablar mucho para no decir nada. Esto lo podemos evidenciar cuando los pacientes acuden a los centros públicos de atención. Estos sujetos consumen su tiempo de atención, y cuando se termina dicho plazo, van en busca de otro espacio en el cual puedan hablar; pueden hablar una y otra vez durante mucho tiempo sobre su adicción para justificar su consumo, sin que aquella experiencia se inscriba en su subjetividad, en su cuerpo y haga un recorte, una conmoción del goce que lo consume.

Es importante ubicar los puntos de repetición del síntoma en el sujeto y recordar que cuando un analista insiste en el síntoma, verifica una intensificación de la resistencia al tratamiento. Con las enseñanzas de Lacan aprendimos que en la clínica, con nuestras intervenciones, debe primar la dimensión de la sorpresa.

Bibliografía

Bassols, M. (2010). Adicciones: un dormir sin sueño. Obtenido de http://miquelbassols.blogspot.com/2010/03/un-dormir-sin-sueno.html?m=1

Freda, H. (1998). En Revista Pharmakon 6.

Freud, S. (1915). De guerra y muerte. Temas de actualidad. En Obras Completas, Tomo XVI.

Tarrab, M. (2017). Un dormir sin sueño. Obtenido de http://ampblog2006.blogspot.com/2017/03/una-experiencia-vacia-por-mauricio.html?m=1

 

La dignidad del consumidor: lo que per(dió)

Por: Miguel De la Rosa G. y Francisco Maquilón H.

¡Privados de libertad! Lo anuncia el título de un artículo publicado por Diario El Telégrafo el 26 de diciembre del año en curso[1]. A más de que aquellos significantes aludan a su condición de reclusos, ¿no es en sí, un sujeto consumidor, un sujeto que se priva del encuentro con la potencia de su deseo? Mencionamos en un artículo previo, que el tóxico decolora los surcos del deseo, atiborrando en exceso la falta que lo encausa[2]; quisiéramos anudar aquel planteamiento con un afecto en particular: la dignidad.

Si bien, el afán del artículo publicado por El Telégrafo, consiste en dar a conocer el proyecto “Mi primera Navidad sin drogas”, nos convocan los testimonios textuales, datos biográficos publicados en aquella nota, uno en particular: el de Iván, del cual trabajaremos tres nociones: 1) desorientación y adolescencia, 2) lo que per(dió) y 3) la dignidad.

  1. Desorientación y adolescencia: Iván empieza a consumir a sus 13 años, lo cual nos permite plantear lo siguiente. Es bien sabido, que en la adolescencia se reactualizan conflictos cruciales para la vida de un sujeto: la relación con el Otro sexual, la resignificación del cuerpo, la reactualización del fantasma fundamental y sus repercusiones sobre el deseo. A más de una serie de duelos por: el propio cuerpo, las figuras de autoridad, incluyendo las paternas, y la condición de infante. Ante todo este torbellino de elecciones y pérdidas, un sujeto adolescente puede sentirse desorientado, desbrujulado, por toparse con un punto de caducidad en su fantasma. Salamone (2018) nos indica, que la elección del tóxico, dibuja a partir del goce, una barrera impermeable para el deseo y esa barrera es causal e incluso potenciadora, podríamos añadir, del estado de desorientación. Desde nuestra orientación, ¿en qué medida restituir y hacer consistir un fantasma, que oriente al sujeto hacia la singularidad de su deseo?

Iván agrega sobre los inicios de su consumo: sus amigos le habían dicho que si consumía “olería a hombre”[3]; lo cual nos abre algunas preguntas: ¿a qué huele un hombre? ¿Qué es ser un hombre? ¿Cómo se relaciona un hombre, llegada la adolescencia, con el Otro sexo?

Un tóxico aplaza, tapona o decolora la interrogante sobre la problemática sexual a la que se enfrenta un adolescente: la práctica del consumo, vacía al sujeto del inconsciente y lo expone a un goce a-sexual, que prescinde de toda experiencia arraigada en la significación fálica.

Podemos indicar, teniendo en cuenta la ética del soltero a  la cual se refiere Lacan en Televisión, que  a causa del tóxico, no se requiere del cuerpo del Otro para gozar del propio cuerpo, pues este objeto tóxico, suple aquella función que cumpliría una pareja sexual. Más allá de cualquier deseo que pueda consolidar un sujeto que consume, este elige quedarse fijado al goce autista que le obtiene del tóxico.

  1. Lo que per(dío): ¿Qué per(dió) ante su elección por el goce del consumo? La particularidad que presenta la clínica de las toxicomanías en relación a otras formas de adicciones, está en que la droga como sustancia afecta al cuerpo. El consumo de drogas tiene incidencia en el cuerpo. Esto, que es indudable, no tiene sin embargo que hacernos retroceder antes la posibilidad de interrogar, desde el psicoanálisis, la afectación del cuerpo que las drogas producen.

Una sustancia tóxica produce una respuesta en el organismo que tiene como resultado un determinado efecto. Añade Lacan en Televisión, que el sujeto del inconsciente no toca al alma más que a través del cuerpo, el hombre no piensa con su alma” (Lacan 1977). Para un sujeto, el efecto de entrada al lenguaje crea el campo de los afectos, que inciden como efectos de goce sobre el cuerpo. El afecto se corresponde con un efecto de lo simbólico sobre el cuerpo; efecto que induce un goce parcial y que aparece en el alma como pensamiento. En un sujeto, el consumo de tóxicos pone siempre en juego su cuerpo, a veces al extremo de sacarlos del juego.

En el enunciado de Iván “perdí mi ojo”[4], se evidencia la incidencia de una pérdida en el cuerpo a raíz del consumo, ojo que per(dió) en pelea con un expendedor de drogas, ¿lo ce(dió)? Perder una parte de su cuerpo, trae fin a su deuda; es común que un sujeto toxicómano se endeude con los vendedores a costa del consumo. Podríamos decir que en el acceso extremo al goce del consumo, el sujeto ofrece su cuerpo en caída.

Lacan propone al objeto a como real. En el cuerpo pasa a estar presente como exceso de goce, pero en una articulación diferente con el lenguaje: no solo como pérdida, es también lugar de recuperación de goce. Un sujeto consumidor, ¿qué relación establece con su cuerpo?

Respecto a la función escópica, Gallo (2016) nos indica lo siguiente: no se percibe, no se siente, no se ve, ni se experimenta la pérdida del objeto a, en el ojo no se encuentra inscrita la pasión que comporta la mirada. Traemos a colación esta paráfrasis, teniendo en cuenta que Iván, luego de perder su ojo, no puede verse más al espejo y pierde las ganas de vivir. Vemos que esta pérdida sobre lo real del cuerpo, tiene incidencias a nivel de lo imaginario, al punto de afectar lo más íntimo de su existencia. Sin un ojo, preso en la cárcel, sin el tóxico, ¿con qué se queda este sujeto?

  1. La dignidad: Tomaremos el enunciado de Iván “Perdí tiempo, la dignidad, casi pierdo mi familia y hasta mi vida…” [5]– este asunto, nos es de especial interés, en tanto es tema del IX ENAPOL: Odio, cólera e indignación.

Lacan, en El Seminario 8, hace varias referencias a este afecto, del cual tomaremos dos:

  1. En la clase La metáfora del amor (1961), introduce al respecto, la posibilidad de amar al otro como a un objeto y plantea una imposibilidad de amar al prójimo como a sí mismo. Lo que resalta de aquel enunciado, es que al amar al otro como a un prójimo, lo amamos como sujeto y restituimos su dignidad. Podríamos incluir que amando, también restituimos nuestra propia condición de sujeto: saberse en falta.
  2. En la clase La transferencia en presente (1960), a partir del agalma, la sobervaloración del objeto, vincula la dignidad con la individualidad – singularidad, “consiste enteramente en la relación privilegiada en la que culminamos como sujeto en el deseo”. (p. 199)

A la par del enunciado de Iván, podemos tener en consideración ambos planteamiento de Lacan, con los cuales se vincula la dignidad: el amor, la singularidad y el deseo. ¿Podríamos considerar que un sujeto toxicómano, se vuelve indigno de amar y de su propio deseo? ¿Ha renunciado a su singularidad por hacer del tóxico el emblema de su ser?

Hasta el momento, no hemos planteado la función del tóxico para un sujeto, ni su distinción según la estructura de cada cual; aquello lo tendríamos que interrogar, con prudencia, en los sujetos que recibimos en consulta. Por el momento, nos terminamos preguntando… ¿en qué modo la excesiva oferta de referentes de lo contemporáneo, desorienta al sujeto y lo conduce al tóxico? Seguiremos trabajando.

Compartimos el enlace del artículo publicado en El Telégrafo:

https://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/judicial/12/ppl-navidad-sin-drogas-ecuador

Bibliografía

Gallo (2016) Las pasiones en el psicoanálisis. Buenos Aires: Grama.

Lacan, J. (1960). La metáfora del amor. En El Seminario 8: La transferencia. Buenos Aires: Paidós.

Lacan, J. (1961). La transferencia en presente. En El Seminario 8: La transferencia (pág. 199). Buenos Aires: Paidós.

Lacan, J (1977) Psicoanalisis. En Radiofonia & Television. Buenos Aires:

Anagrama.

Salamone, L. (2018). Amor y adolescencia en los tiempos de las adicciones.

[1] El Telégrafo. (2018). 231 privados de libertad pasarán una Navidad sin consumir drogas.

[2] De la Rosa, M. (2018) Sin voluntad, sin voz. Obtenido de NEL Guayaquil: https://bit.ly/2ECTjjr

[3] Ibídem.

[4] Ibídem.

[5] Ibídem.

¿La venta y consumo de drogas es un asunto de subir o bajar una tabla?

En mi opinión, el problema de las adicciones no se resuelve únicamente con aumentar o rebajar las cantidades que se puedan consumir legalmente.

Por: Juan de Althaus

El consumo de drogas es tan antiguo como la historia de la humanidad. En tiempos remotos y en los actuales grupos étnicos, esta actividad se cumplía durante rituales sagrados, incluyendo las intervenciones de los sabios curanderos, con el objetivo de poder manejarse de la mejor manera con los poderes sagrados de los ciclos naturales y humanos. Entonces, el consumo regulado de las sustancias poseía una compleja red de significaciones míticas que le daban sentido.

Hoy en día el mundo está desmitificado, los nombres del padre (función paterna) aparejados a las grandes ideologías, soluciones políticas y religiosas, se han debilitado considerablemente. El mundo pierde sentido. Toda forma de autoridad también se ha visto afectada. Tal resultado se origina en la elevación al altar de los dioses de los productos de consumo masivo que la expansión del discurso llamado capitalista ha producido. Giles Lipovetsky lo planteó como un individualismo de masas.

El agente que comanda en la época actual es el objeto de consumo, cualquiera que este sea. El sistema busca que todos gocemos al máximo del consumo, que nos convirtamos en adictos a las compras y así vender hasta el hartazgo, sin ningún sentido o significación. Estas son las condiciones que permiten la elaboración, comercialización y consumo de todo tipo de sustancias llamadas drogas.

Hay que aclarar que una cosa es utilizar dosis recetadas con fines médicos, o el consumo ocasional y moderado de alguna sustancia para obtener algo de placer (tomar un viernes con los amigos), y muy distinto, en cambio, es el consumo descontrolado e ilimitado cuyo éxtasis disfraza un destino mortal. Esto es la adicción.

Desde el punto de vista del psicoanálisis lacaniano, la adicción es una satisfacción excesiva, auto-erótica y solitaria, donde el vínculo social queda seriamente excluido. Es un goce mortífero. Es una respuesta a la angustia de la época donde la sustancia opera como un taponamiento de las faltas subjetivas del sujeto hipermoderno, pero termina produciendo más angustia en un ciclo sin fin donde predomina la pulsión de muerte.

Este funcionamiento de la subjetividad de la época permite que las organizaciones que trafican estas sustancias oferten al mercado, y encuentran una creciente demanda, convirtiéndose en uno de los negocios más rentables del mundo.

Una cosa es utilizar dosis recetadas con fines médicos, o el consumo ocasional y moderado de alguna sustancia para obtener algo de placer (tomar un viernes con los amigos), y muy distinto, en cambio, es el consumo descontrolado e ilimitado cuyo éxtasis disfraza un destino mortal. Esto es la adicción.

En la actualidad se desarrolla un debate global alrededor de la legalización de algunas sustancias psicotrópicas y estupefacientes. En algunos países, por ejemplo Uruguay, ahora es legítimo consumir marihuana. El Estado la produce y distribuye en los establecimientos autorizados y el consumidor tiene que registrarse. En otros lugares se exige, en el caso de los adictos, su participación en algún tipo de terapéutica. Creo que estos modelos, y otros, deben considerarse en el debate sobre el tema.

No soy partidario de la liberalización total ni del control excesivo, pues aunque parezca extraño, esto último se torna en la adicción propia del aparato del estado, con la aplicación superyoica de la ley de manera irrefrenable e ilimitada. Por tanto, la mejor opción es implantar una política moderada que tome en consideración todas las aristas del síntoma social.

Como parte de su llamado al diálogo nacional, el presidente Lenín Moreno se ha reunido con varios excandidatos presidenciales con el fin de elaborar una propuesta de lucha contra las drogas. A la par, la Secretaría Técnica de Drogas ha conformado una comisión para analizar la tabla de consumo y microtráfico que rige en el país desde hace pocos años, impulsada por el partido gobernante.

En mi opinión, el problema de las adicciones no se resuelve únicamente con aumentar o rebajar las cantidades que se puedan consumir legalmente. Una política más seria para afrontar el tema debería diseñarse desde una perspectiva múltiple, con la participación de distintos actores, tanto del Estado como de la sociedad civil, lo cual requiere de un tiempo para su comprensión, sin apresuramientos. Esto incluye especialistas en diferentes campos. Sin embargo, la participación de las organizaciones de la sociedad civil está restringida por la permanencia del decreto 16 que constituye una camisa de fuerza.

Por las razones antedichas, hoy en día las adicciones son muy diversas. No sólo a sustancias químicas, sino a otros objetos y acciones, como las compras compulsivas, los video juegos, los celulares, el trabajo excesivo, entre otros. El adicto ha sustituido el síntoma parlanchín por el síntoma mudo. La rehabilitación o reeducación puede ayudar, pero lo principal es permitir que el sujeto hable y sea escuchado de buena manera. Aquí los medios pueden cumplir una función. ¿En los medios se entrevistan a los consumidores, adictos y, por qué no, a los traficantes? ¿Qué tienen que decir ellos? El esfuerzo debería apuntar a que el afectado tramite su goce del objeto droga al goce de la palabra, para así desprenderse, en buena medida, de la adicción y saber tolerar los goces que restan. De esto debería debatirse y no tanto de las tablas.

Las tablas son un abordaje cuantitativo que no permite subjetivar el problema y no es difícil evadirlas. Además, algunos señalan que es una medida inconstitucional porque se criminaliza el consumo y la adicción. Hay que preguntarse ¿qué sucede en aquellos sectores más pobres (también los llaman vulnerables), donde la destructiva droga H tiene más consumo? ¿Hay alguna investigación multidisciplinar al respecto?

No sólo se trata del combate judicial y policial al narcotráfico y microtráfico. Puede incluso haber traficantes que se cuestionen su accionar en algún momento. Tienen también derecho a la palabra y decir lo que les aqueja. La libertad de expresión en fundamental en todo este abanico de asuntos sobre el tema. Pero, con regulaciones como la ley mordaza vigente, es más difícil implementarlo.