La equivocación, el ser y la verdad*

Por Marco Javier Gutiérrez Calderón

* Trabajo final del Seminario del CID 2019-2020, en torno al Seminario 1 de Lacan: “Los Escritos Técnicos de Freud”.

 Podríamos decir que Lacan finaliza El Seminario I emparentando la técnica psicoanalítica con un acceso a la verdad.

En su intento de retornar a Freud, Lacan denunció una histórica distorsión de la práctica del psicoanálisis y exigía revisiones profundas respecto a la esencia misma del método planteado por su fundador: el de un tratamiento que permite el hallazgo de una verdad inconsciente por medio del sentido de los síntomas. Dado que el sentido de las cosas es, por estructura, una de las funciones del ego, Lacan refuta, el rechazo de este sentido es lo que le plantea al sujeto un problema. Este sentido no debe serle revelado, debe ser asumido por él [1] es decir, el analista no desenmaraña los nudos interiores del psiquismo mediante una traducción que aporte sentido al porqué del sufrimiento. De esta manera, Lacan reorienta la técnica despojando al psicoanálisis freudiano de esa vestimenta hermenéutica que escarba el sentido de un malestar, para introducir la dimensión del lenguaje con el significante que siempre insiste. Esa palabra que perfora el cuerpo y que su interpretación rebasa al sentido. Nos muestra así que el inconsciente, es esa verdad que el sujeto lleva encima, y que está por otro lado: no en el sentido de las cosas que dice el ser sufriente, sino en su propia palabra, dicho de otro modo, en la relación del sujeto con el significante.

Esta verdad se distancia de ser el producto de una teoría del inconsciente. Puesto que, si así lo fuera, estaría del lado de un saber todo, al cual el sabio reduccionista tendría acceso mediante las puertas de sus cogitaciones. Pero no es así. Los analistas no solo teorizan, ni se disponen a observar la esencia del sujeto desde la lógica de interacciones en un determinado sistema. Guardan distancia con ese materialista, señalado por Sartre,  que se declara objeto suprimiendo su subjetividad en provecho del objeto y en lugar de verse como una cosa entre las cosas, se convierte en mirada objetiva y pretende contemplar la naturaleza tal como es absolutamente.  [2]

Un psicoanálisis lacaniano se distingue más bien como una técnica. Pues sostiene un método a merced del respeto por el sujeto que habla. No hay análisis fecundo que no sea el de seguir las coordenadas de la palabra. Porque allí reside la verdad. La esencia del ser hablante que, a nivel del inconsciente, sabe que está diciendo algo, pero desconoce con qué habla. Como señala Lacan, desde una noción necesariamente heideggeriana, Toda entrada del ser en su morada de palabras supone un margen de olvido. Dicho de otro modo, la verdad se encuentra olvidada, ergo, reprimida. Ya lo dijo Freud, ser sujeto supone estrictamente el olvido del alma infantil. Surge así una ontología constituida a partir del fenómeno de significantes que subyacen el relato de un sujeto. Un ser que opera pertinazmente oculto. En las sombras de toda palabrería que explique la vida. Por eso, Lacan nos dice: El sujeto emite una palabra que, como tal, es palabra de verdad, una palabra que él ni siquiera sabe que emite como significante. Porque siempre dice más de lo que quiere decir, siempre dice más de lo que sabe que dice. [3]

Esto plantea, entonces, el problema del sujeto con lo que dice, ¿cuál es la estructura de la palabra que está más allá del discurso? ¿De qué manera la verdad irrumpe en medio de tanta palabra?  La enseñanza de Lacan nos plantea la respuesta partiendo del escenario del error. Un discurso que, a medida que se va elaborado, desemboca ineludiblemente en una contradicción. Si alguien dice haber sido siempre fuerte y lo justifica con haber ganado mucho tiempo atrás en el campeonato juvenil de Tae-Kuan-Do en su ciudad, y luego dice que el sufrimiento causado por el abandono de su mujer actualmente lo ha dejado sin fuerzas para nada, ha aparecido en su discurso una contradicción que demuestra el error. Pero señalarle a los sujetos los errores de su discurso no es a lo que nos invita la técnica psicoanalítica. La función no es guiarlos por la vida. Es decir, que no se puede concebir el discurso del sujeto como unitario y felizmente cerrado. En él hay muchas hendiduras y fallas, porque un día habla de algo y otro día habla otras cosas. En la vida podemos ver cómo la verdad alcanza al error por detrás. [4]En el análisis, por lo tanto, la dirección de la técnica va hacia un remonte del ser por medio de la equivocación. A una suerte de des-ocultamiento de la verdad con palabras que tropiezan y que son pescadas por el analista para dar cuenta de una revelación particular hacia cada sujeto. En suma, la verdad reposa sobre la palabra plena, aquella que transciende más allá de los límites del sujeto hablante.

Por estos días, en los que discursos como el de la salud mental,  la educación o el universo digital ejercen u operan desde tratamientos imbricadores de la conciencia, el psicoanálisis lacaniano persiste en denunciar su incapacidad. Todo saber que pretenda ser todo, hallará sus inconsistencias siempre con la verdad subjetiva de lo uno, esa que el sujeto no sabe que carga pero que siempre insiste a través de toda la dimensión de su síntoma y sus experiencias de angustia. En todo caso, el analista es aquel que sabe que la verdad no debe ser buscada, porque eso es terreno de la Filosofía; tampoco esperada, puesto que eso lo convertiría en un pobre iluso; el analista reconoce, más bien, que a la verdad se la aguarda.

 Referencias  bibliográficas

[1] Lacan, J. Seminario I, Los escritos técnicos de Freud. Buenos Aires. Paidós. P. 27

[2] Sartre, J. Materialismo y Revolución. Buenos Aires. La Pléyade. P. 5

[3] Ibid 1. P. 387

[4] Ibid 1. P. 386